Simplemente me llamo Natalia y simplemente, soy la
mujer-mamá de una estrellita que pasó fugaz pero dejó una estela eterna y
amorosa.
Sí, me llamo Natalia, aunque ya lo he dicho, pero mi nombre
ahora tiene más sentido que nunca; en realidad, todo tiene ahora un sentido
diferente, todo se hace palpar diferente, todo está teñido de un verde intenso donde mi estrellita nos guía.
Mi estrellita es un nombre que le doy a mi hijo Xabier, que
nació enfermo con una cardiopatía incompatible con la vida y que vivió en el
hospital durante 47 maravillosos días, hasta que decidió irse, tranquilo y
sereno.
Tengo la sensación de que estos temas siguen siendo tabú en
nuestra sociedad y he podido comprobar en primera persona que a veces, el
silencio duele tanto que te ahoga; que a
veces, el miedo a hacer daño, hace más daño aún, y que arrinconar los dolores
no los hace desaparecer sino que les da más fuerza y más rabia. Por este
motivo, me he decidido a sacar de dentro de mí mi vivencia y mi rabia, y si puede ser, una guía de amor y luz para todo el
que lo lea. Está pensado para que otros padres que sufran la pérdida de un bebé
puedan sentir empatía, y así, serenidad cuando lean emociones y silencios que
compartimos; sin embargo, está pensado también para todos aquellos que
acompañan y rodean a padres que han pasado por una vivencia similar, para que
aprendan a dar a luz a todos los miedos y tabúes que siguen dirigiendo muestras
vidas.
18 de junio 2015. Noticias.
18 de Junio y mucho calor… La noticia de que nuestro pequeño tenía “algo” en el corazón
llegó cuatro días antes de que naciera. La noticia fue desoladora; sin embargo,
nos dijeron que sería una pequeña intervención y que no nos preocupáramos
porque era algo que hacían con relativa frecuencia. Llorar, argumentar,
animarnos, sentir miedo, meditar, ser positivos… tres días intentando asimilar
una noticia que resultaba incomprensible tras un embarazo maravilloso y sin
síntomas. Pero el miedo siempre estaba presente, dentro de mí, detrás del velo
de ánimo que habíamos construido. 18 de junio… me levanto de la cama y siento
que algo no marcha bien. Xabier apenas se mueve y siento miedo. Llamo a mi
pareja y nos vamos al hospital. Allí, tras revisarme, me dijeron que no había
apenas líquido amniótico y que había que inducir.
Sentí que el aire se escapaba de mí… que me estaban
engañando, estafando… me sentí helada, sin nadie a quien agarrarme, me dejaron
sola, en paños menores y con una sensación de impotencia aterradora. No me
quedaba otra que dejarme hacer… Yo había planeado las cosas de otra manera:
quería un parto respetado, donde pudiera ir decidiendo que hacer con mi cuerpo
y donde pudiera experimentar mis límites. Sin embargo, el destino me tenía
preparado otro plan, y no pude esquivarlo. Me dejé hacer…
19 de junio 2015. Tu llegada.
Pasé un día y medio con medicación y sin moverme, un día y
medio en el que la ilusión todavía permanecía en mí. Quise vivir todo
intensamente, aunque fuera de esa manera, decidí dejarme llevar por la vida, y
aceptar que de momento, mi parto sería diferente a lo esperado. Pero enseguida,
la vida me mostró una vez más, su lado más violento. De repente, una ginecóloga
se presentó ante mí, fría, inmóvil, con un gesto seco y helador, y me dijo:
“Vamos a hacer la prueba del PH al bebé porque parece que hay sufrimiento fetal
y si es así, tendremos que hacer cesárea”. “Muy bien” –dije yo, manteniendo el
tipo, escondiendo una rabia inmensa que salía de mí como un huracán.
Me llevaron a una sala, blanca y fría, como si fuera de
nieve. Pinchan la cabecita de mi príncipe para hacer la prueba y a partir de
ahí, se desembocó un chorro de deshumanización y desolación que si alguna
enfermera lee esto por casualidad, deseo que por favor, hagan una reflexión de
cómo actúan en muchos casos, aunque sean emergencias, siempre hay un pequeño
espacio para el calor humano.
Pues bien, como mi pequeño estaba sufriendo dentro de mí,
¡cesárea urgente!. La sala se llenó de
gente desconocida, todos me tocaban, me ataban las manos, me daban medicinas en
la boca y yo… temblando, temblando y temblando. Algunas enfermeras me decían
que me relajara. ¡Cómo voy a relajarme con semejante papeleta! De verdad, a
veces, hablar es tan fácil, es como si fueran robots programados para decir
cosas que casi siempre, pierden su sentido. Si alguien me hubiera cogido la
mano y me hubiera hablado suavecito al oído…
Pero no hubo un momento de calor humano… estuve abandonada y
desorientada, y esa es mi verdad. Me metieron a quirófano y yo seguía
temblando. En ese momento no sabía si era yo el bebé que necesitaba brazos y
besos y caricias… Perdí la conexión con Xabier porque mi dolor era tan grande
que me olvidé… Tenía tanto dolor al operarme que después de gritar y gritar, me
durmieron entera. De repente, una paz me invadió… una paz de mentiras, una paz
momentánea, pero una paz, al fin. Despierto luego de un maravilloso sueño, y
todo ha pasado. Ya no tengo tripa, muchos médicos a mi alrededor, y ¿mi hijo?
¿dónde está mi hijo? Ya no está… Casi sin hablar, me sacan de la habitación
para llevarme a otra, más pequeña, más oscura, a despertarme. Por el camino,
oigo un lloro. Giro la cabeza y veo a lo lejos, en una cunita de cristal, a mi
bebé. Sé que es mi bebé porque mi pareja está con él. Quiero parar la camilla,
estiro los brazos y mi cuerpo y lloro su nombre, pero los robots siguen su
camino y me quitan del medio. Yo me duermo, o me muero, no sé, a veces, no
existe diferencia.